Bedtime Story
No se quería ir a dormir aún. Mejor pasar un rato post Simpsons frente al frío calor de la pantalla de la computadora. Además el mate todavía no se había lavado del todo. Al rato de naufragar por la red internética, sus ojos cansados se posaron en una frase, que remitía a un concepto que refería más o menos a algo así como que uno se podía relacionar con el espacio asentándose en el mismo, o bien recorriéndolo constantemente. Todo venía a cuento de conocer el mundo y esos etcéteras.
Bien.
Hacía unos minutos estaba pensando en si cepillarse los dientes en ese momento o más tarde, y ahora lo invadía la desazón, palabra horrible. La adolescencia le estaba quedando cada vez más distanciada. Y en la misma, siempre sobrevolaba el deseo del tránsito constante. Recorrer el mundo, ver (escuchar, oler, tocar, degustar) distintos paisajes, laburar en cientos de cosas distintas, y conocer miles de personas diferentes. Esa suerte de road movie edulcorada más digna de una propaganda de celulares que de la realidad. Su vida estaba mucho más cerca de pensar en recibos de sueldo estables, turnos de dentista y horas de cursada, que en fotografías de decenas de atmósferas y alejados códigos postales. Muy a pesar suyo, sentía como esas posibilidades estaban mucho más cerca de quedar dentro de un cajón al igual que aparentes amistades incondicionales y dientes de leche.
Dejó las reflexiones internas, le dio OK al “¿Desea apagar el equipo?” y se quedó en silencio fumando pausadamente un pucho, sentado con los pies descalzos sobre la cerámica. Acto seguido se fue a acostar; el despertador sonaría temprano y quería tener tiempo de ordenar un poco antes de entrar a laburar.