Setenta Mangos y Ninguna Sartén
Algo cotidiano y de uso frecuente. Bien podría ser un balde ó un plato; no importa tanto de qué se trate. Ante la cercana adquisición del mismo, se comienzan a arremolinar los aparentes miramientos de mayor importancia. Seguro, todos con potentes justificaciones.
A saber,
-“Se podría conseguir uno de diseño. Es una cuestión de estética. Si vas elegir, que se sea algo que te guste como se ve, que te guste la forma que tiene. ¿Por qué limitarse? ¿Por qué no expandir a cada objeto de uso diario el agrado propio? Que de alguna manera sea más placentero darle uso. Que aunque se utilice para depositarle encima un pedazo de lasaña recalentada; sea distinto, especial”-
Ó acaso,
-“Después de tanto tiempo y esfuerzo laburando… ¿Para qué gastar tanta guita en algo así? Mejor, conseguir uno que sea lo más funcional y resistente en el tiempo posible. Que no haya necesidad de remplazarlo, que perdure y que sirva, que no tengas que seguir gastando en ese tipo de cosas. Tener en cuenta un mejor aprovechamiento.”-
O bien,
-“Al pedo… Cualquiera da lo mismo; que sirva a sus efectos y listo. ¿Qué necesidad de poner tanta carga en un objeto? Tanto peso no debería tener una cuestión así. No puede encerrar tantas consideraciones. ¿Será que estás desplazando la atención de las cosas que deberían importante? ¿Eso querés? ¿Preocuparte por el análisis exhaustivo de las características ideales, de algo en donde mezclás agua con lavandina?”-
La discusión crece y se sostiene. Algunos nuevos puntos de vista quieren abrirse paso…
Claro, para otro tipo de decisiones, se complica aún más estar habitado por tanta gente.